domingo, 20 de abril de 2008

Ella (23:45)

Contigo, he de admitir que te lo he puesto tremendamente difícil para empezar. Pero has superado la prueba con éxito absoluto, triunfo en los labios y las gradas rugen de emoción.
Pero es que siento la necesidad de hablar del amor, y como Yo ha dicho que el amor siempre está bien, quería saber si usted (Contigo) opinaba lo mismo.
Porque no tengo ni idea de qué es lo que opino.
¿Sabe una cosa?
Yo soy anti-amor, o era. Que una ya no sabe ni en qué tiempo se han de usar los verbos.

Hace años quise hacer un bizcocho. Batí los huevos con el azúcar, añadí harina, levadura, la rayadura de una naranja y zumo de limón. Una cucharadita de polvo de vainilla. Pero cuando quise echarle el chocolate me percaté de que este había huido. No sé si me entiende. Yo estaba segura de que el chocolate me esperaba en la estantería, pero cuando fui a buscarlo allí no había nada. Y a mí, que ya había puesto todo mi empeño en aquel maravilloso bizcocho, no me quedó más remedio que hornear la masa blanca; ni una pizca de cacao.
El caso es que me acostrumbré a que mi bizcocho no tuviese chocolate, me lo comía día a día disfrutando del azúcar glass con el que yo misma lo recubría a cada minuto. Sólo yo. Y mi bizcocho sin chocolate. Era feliz, total y absolutamente.
Ahora ya no sé, porque tengo miedo de que alguien haya comprado chocolate. Y me niego a abrir la alacena. Porque ¿qué pasaría si abro y no hay nada? ¿Tendré que resignarme a seguir comiendo bizcochos secos, de esos que ahora me resultan totalmente insípidos?

Tengo la sensación de que en estos asuntos me explico realmente mal. Pero es que es tal la incertidumbre acerca de mi propia persona en estos momentos que no sabría ni qué contestar a la pregunta protocolaria de ¿cómo estás?

Creo que el amor es para mí, en cierto modo, como la muerte. Comprendo que el símil puede resultar un tanto macabro. Pero yo temo a ambas cosas por igual. El amor y la muerte te asaltan cuando menos te lo esperas y sin que puedas hacer nada por remediarlo. No depende de tí, no depende de nadie. Porque créame, Contigo, que si de mí dependiese yo nunca moriría y nunca me enamoraría. El amor y la muerte son horribles, nos hacen frágiles y efímeros. Al morir todos nuestros recuerdos se quedan en manos de otras personas, al igual que al amar. Cuando amamos dependemos, cuando dependemos somos asquerosamente vulnerables.



Esta tarde me he quedado pensando, tranquila. Tumbada sobre la cama, boca arriba, mirando al techo. Hasta que el techo se derrumbó sobre mis costillas y al fin me percaté de todo esto. Entonces no quise ser frágil, y me cubrí por completo con las sábanas. Quise sentir mi propio aliento agitado bajo el hilo de algodón, observé la luz tenue atravesando la tela. Aquellas mantas fueron mi caparazón por unos momentos. Durante segundos volví a ser la de antes, dura, fría. Sólo estábamos mi cuerpo, mi mente y yo. La piel se me erizó y se me congeló la garganta. No tengo ni idea de qué es lo que me pasa.

Pero ahora estoy más cerca de la muerte que nunca.